martes, 2 de octubre de 2012

N°3 - Cuéntanos tu historia con el mar

de Fundación Ballena Azul, el El Martes, 25 de Septiembre de 2012 a la(s) 22:16 ·

La aventura es algo que no le falta a esta historia. Nuestro amigo Fabio conoce el mar desde el fondo. Nos compartirá su pasión y nos sumergirá poco a poco en ese mundo que solo algunos conocen. La perspectiva del buzo siempre será espectacularmente diferente.
AVENTURA DESDE EL FONDO
por Fabio Castagnino


 


Narrar momentos de conexión con el mar que me marcaron es narrar toda mi vida. Practico el surf desde que tengo uso de razón, siempre he estado ligado al mar; es el gran factor que me ordena y me orienta: yo planeo mi semana mirando un pronóstico de oleajes en internet. Sin embargo, hace cuatro años, buscando encontrarme con una parte perdida de mí mismo ligada a mi viejo, empecé en la caza submarina en apnea; deporte incomprendido por muchos y desconocido por otros tantos. Es difícil imaginar, para una persona que no practica el buceo en ninguna de sus modalidades, lo que es encontrarse en este “otro mundo” dentro del propio; más aún, es difícil entender cómo el cazador en apnea pasa a mimetizarse tanto con ese entorno que se convierte en un depredador primario, provisto de sus pulmones, sus piernas, su arpón y su astucia. Diría que es el deporte de más alto riesgo que existe: errores que suelen ser pequeños tienen el precio más caro de todos. Es, además, una de las maneras de reducir más la brecha entre ese ecosistema y las limitaciones humanas; apelando a ese instinto propio de los mamíferos marinos, la apnea voluntaria, no te sumerges como quien da un paseo, mirando, analizando, estudiando desde la distancia propia de un observador, sino que te sumerges al mismo nivel que todos los animales que viven en el mar, inmerso en la cadena trófica, de una manera únicamente personal. En retrospectiva, puedo decir que cuando solo surfeaba, realmente no conocía el mar. Mi universo de comprensión del mismo es infinitamente mayor; otro enfoque, otra perspectiva, otros sentimientos, otros retos y otras metas en mi vida.
En estos años de buceo me he encontrado con momentos espectaculares, instantes sublimes que una hoja de papel es incapaz de describir, pero haremos el intento: estar esperando que se acerquen unas chitas desde la orilla, levantar la cabeza y ver una “pandilla” de borrachos devorando un pedazo de cabeza de Chrysaora marrón al propio estilo de pirañas; o mirar una piedra por varios segundos hasta que, con un movimiento brusco de escape de la misma, descubrir que era un mero que me miraba desde la turbidez del agua, como si fuera un fantasma; o meterme en un hueco buscando pargos, prender la linterna con medio cuerpo adentro del mismo y encontrarme cara a cara con un martillo (Sphyrna lewini), descansando en la oscuridad; o estar buscando langostas y encontrarme con una tortuga cabezona (Caretta caretta) durmiendo dentro de una cueva, y acariciarle la aleta por el tiempo que la apnea me lo permitiera para luego dejarla en paz; o estar cazando jureles y encontrarme frente a frente, a menos de 2 metros, con un gran tiburón tigre (Galeocerdo cuvier) de unos 3 metros y medio de largo, y descubrir, mientras me miraba nadando lentamente hacia la luz, que no tenía ningún interés en mí o en lo que estaba haciendo (felizmente); o estar buceando en el norte en agosto, y oír el canto de las ballenas jorobadas durante horas, por momentos de lejos, por momentos de cerca, como si estuvieran encima de mí, siempre dos, un canto más profundo y grueso, otro más agudo e intermitente, que por momentos se convierte como en un ronroneo juguetón; o momentos tan dolorosos y de miedo, como cuando, estando en una baja a más o menos 700 mts de la costa, buceando solo, le disparé mal a un pejegallo (Nematistius pectoralis) de casi 30 kilos, y que este terminara huyendo herido de muerte, sin yo poder hacer nada por culpa de mi inexperiencia, y descubrir, luego de la larga pelea, que me encontraba a más de una milla de la orilla, demorándome casi una hora y media en salir, pataleando contra el fuerte viento (meses después volvería al lugar, en Playa Negra, Pacífico costarricense, y cazaría al hijo de ese pez, de 14 kilos).
Pero si tuviera que elegir un momento, diría que fue la vez que estaba buceando en la cara que da al mar de la isla del Club Curayacu, en San Bartolo Sur, y siguiendo un estrecho camino submarino hacia las pared de rocas, me encontré con un pequeño claro, en el cual nadaba un enorme loro negro (Oplegnathus insignis): me escabullí bien, noté su silueta mirándome de frente, calculé unos 6 o 7 kilos (loro viejo, como de los que ya casi no quedan), apunte de frente, disparé seguro; mi varilla quedó frente al loro, tendida en la arena inexplicablemente, felizmente; él se colocó de costado y me miró imponente, elegante, arrogante, durante un largo rato, como diciendo “qué cosa crees que estás haciendo acá, crees que me vas a cazar a mí?!”. Ese día lo volví a ver, y no disparé. La semana pasada lo volví a ver; es como la octava vez que me lo encuentro en casi 2 años, en el mismo lugar (no nos encontrábamos hace tiempo! Me alegró verlo bien, y más grande), y es un placer. Ahora se me acerca más, y por más tiempo, siente que mi intención no es cazarlo. Al final de la apnea lo ahuyento, como para que no se acostumbre. Es uno de los pocos loros de esa zona; ya no cazo loros allí, que se reproduzca bien y me enfrentaré en unos años con sus hijos… Aloha.


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